José María Castillo, teólogo comprometido, partera de la primavera y profeta del Reino

José Manuel Vidal
Doutor em Jornalismo pela pela Universidade Complutense de Madri -ESP. Atua correspondente religioso do jornal El Mundo e no site Religión Digital. Contato: https://www.religiondigital.org/rumores_de_angeles/


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Como periodista y director de RD he conocido a decenas de teólogos españoles y extranjeros. Pero con pocos he conectado tan en profundidad como con José María Castillo. Tanto a nivel personal como profesional. Porque Pepe (como le llamábamos todos en la intimidad) era una persona especial, que llamaba la atención y que se hacía querer.

Un hombre que mezclaba sus humildes orígenes en Puebla de Don Fadrique (Granada), donde nació en el seno de una familia humilde de cabreros (siempre decía, con la sencillez que le caracterizaba: ‘qué va a saber este cabrero’) con un brillante recorrido eclesiástico y, sobre todo, teológico, modelado por su ser y hacer jesuítico.

Un recorrido largo y apretado, que le permitió ser memoria viva de la Iglesia española del postconcilio, una etapa que vivió a fondo, en la misma Roma, como perito del cardenal Tarancón, el arzobispo de Madrid que sacó a la iglesia española del maridaje con el franquismo. Allí, en el Concilio, se codeó con los grandes teólogos centroeuropeos (Hans Küng, Karl Rahner y Joseph Ratzinger, incluidos) de la época y ayudó a la jerarquía española más abierta a desmontar su teología preconciliar y acompasar su tarea pastoral a los nuevos vientos conciliares.

Esa misma jerarquía que, en los 80, cuando cambian los aires de Roma y el Concilio se congela por mor de la involución wojtyliana, a José María Castillo (y a otros muchos, como Juan Antonio Estrada o Benjamín Forcano) le retira la venia docendi y le destituye como profesor de la Facultad de Teología de Granada. Sin juicio, sin posibilidad de defensa, sin que nadie le dijese jamás cuál fue el motivo exacto de su destitución.

Represaliado y marginado oficialmente, Castillo siguió en la brecha teológica. “No sé hacer otra cosa: la teología es mi vida”, solía decir. Además, la investigación no se la podían prohibir y la docencia, que, en aquel momento, le quitan en España, se la dan en la Universidad Centroamericana de San Salvador, junto a su amigo y compañero Ignacio Ellacuría, y en contacto con los pobres de Latinoamérica. La Compañía de Jesús, entonces en el punto de mira de la Curia romana, maniobra con su clásica astucia y circunvala la prohibición docente de Castillo en España, trasladándolo a Centroamérica.

Pero, al final, pasados los años, la rectitud moral de Castillo no le permitía seguir jugando a dos aguas. Sobre todo porque era consciente de que su Compañía no podía ir más allá en el pulso con Roma y sabía que sus libros, charlas, conferencias y entrevistas podían ser utilizadas por los enemigos para atacar a los jesuitas (que, con Arrupe al frente, estaban pasando su particular calvario romano). De hecho, en 1980, Castillo es apartado de la docencia y, en 1981, el Prepósito General, Pedro Arrupe, sufre una trombosis y, unos días después, Juan Pablo II interviene la Compañía y nombra interventor de la misma al padre Paolo Dezza.

Eran tiempos de invierno eclesiástico y Castillo decide salir de la Compañía físicamente, sin dejar nunca de pertenecer afectiva y realmente a ella. Otro jesuita sin papales, en la estela de otro gran teólogo, José María Díez Alegría.

El teólogo se queda sin el respaldo de su congregación, pero, al fin, siente que, por fin, puede volar totalmente libre, acompañado de sus innumerables seguidores y, además, con la suerte de encontrar a Margarita, la mujer que, a partir de entonces, compartió su vida, le enseñó a amar en lo concreto, le cuidó hasta el final y le mimo, para que pudiese seguir volando.

José María se vio obligado a tomar esta decisión (tan dolorosa para él) harto de las continuas presiones y descalificaciones del sector más conservador de la jerarquía. Y a sus 78 años, Castillo, uno de los más importantes teólogos de la Compañía, adscrito a la corriente de la Teología de la Liberación, dejó, pues, de ser jesuita, según el canon 691. No se trató de una exclaustración ni de una secularización, sino de una “petición de indulto”, para que se le liberase de los votos de pobreza y obediencia.

A partir de aquel momento, el teólogo se convirtió jurídicamente en un cura “vago”, según el canon 277. Es decir, en un sacerdote que no dependía jurídicamente de ningún obispo. “Vago, libre y maleante para algunos”, como decía su buen amigo y también teólogo Luis Alemán. “Lo que quiso Pepe Castillo fue recuperar su libertad, para poder respirar, porque se asfixiaba. No tanto en la Compañía cuanto en el clima que se respiraba en la Iglesia española de aquel momento, en la que se sentía perseguido por los obispos y por los grupos más conservadores”, explicaba Alemán.

Y añadía: “Las tres o cuatro gotas que hicieron desbordar su vaso fueron la admonición vaticana a Jon Sobrino, la negativa jerárquica a que publicase ‘Espiritualidad para insatisfechos’ en la editorial Sal Terrae de los jesuitas, asi como las continuas descalificaciones que recibía desde ‘La linterna de la Iglesia’, el programa de información religiosa de la COPE, la cadena radiofónica del episcopado español”.

Entre los jesuitas se siente su marcha. “Sentimos que haya decidido separarse de la Compañía”, decía la nota del provincial. Y la carta del rector de la Facultad de Teología de Granada, Ildefonso Camacho, recordaba a Castillo que en ella tendría “siempre las puertas abiertas”.

Como decía Luis Alemán, “no se fue rebotado contra la Compañía. Se fue por higiene mental. Para poder ser libre. Un nuevo caso Boff. Como él, también Castillo se vio tan presionado que, al final, decidió romper con todo por salvaguardar su libertad”. 

Porque decenas de teólogos, profesores y hasta obispos (como el recién fallecido Jacques Gaillot) sufrieron las iras y la represión de una Curia vaticana que actuaba sin misericordia ni miramientos con los suyos propios. Por el simple ‘pecado’ de querer ser fieles al Concilio Vaticano II. Tuvo que venir el Papa de la primavera, para rehabilitarlos y recuperarlos. 

¿Un profeta menos o un profeta mejor? Porque el que Castillo fuese un gran teólogo, no lo discutía nadie. Tenía obra y obra consolidada. Quizás fuese uno de los mejores especialistas mundiales en sacramentos. Pero, a mi juicio, su mayor virtud fue la de no haberse quedado, como otros muchos de sus compañeros, en ser un mero teólogo de gabinete.

José María Castillo fue, desde siempre, el teólogo del pueblo, la referencia de las nacientes Comunidades Cristianas Populares, que se alimentaron con sus libros, charlas y conferencias. 

¿Quién no utilizó, desde los años 60 en adelante, sus famosos 'Cuadernos de Teología Popular? Esos cuadernillos, fotocopiados o ciclostilados, en los que en tres o cuatro páginas resumía los conceptos teológicos más complicados.  Con unas preguntas finales, que no dejaban indiferente a nadie y aterrizaban en la vida la doctrina teológica, y con unos dibujillos manifiestamente mejorables, pero también tremendamente interpeladores.

Siempre me planteé preguntarle quién le había hecho los dibujos de aquellos cuadernos, que utilizábamos tanto los curas como los laicos y que igual servían para dar clases en la Universidad o para una catequesis parroquial. Al final, se me pasó y, cuando lo volví recordar, ya se había ido.

Porque ésa fue siempre la gran virtud de Castillo: saber divulgar. Saber colocar los grandes conceptos teológicos al alcance de la gente sencilla. Todo un don y una virtud que sólo está al alcance de los más sabios y de los más grandes. Al alcance de esos pájaros libres, los que saben tanto y vuelan tan alto que son capaces de entregar la comida teológica masticada a sus polluelos pequeños o ya creciditos.

Su longevidad y su disciplina laboral le llevaron a seguir al pie del cañón de la reflexión y de la publicación hasta casi los últimos momentos de su vida. Sin desviarse un ápice de su trayectoria, escribiendo un artículo semanal por lo menos en su blog de Religión Digital, titulado ‘Teología sin censura’. Artículos cortos, directos, claros y enjundiosos. Desde la vida y para la vida. Y, precisamente por eso, siempre conectados con la actualidad. Y que no envejecen, como podrán comprobar quienes se asomen a su blog, que continúa vivo y activo: https://www.religiondigital.org/teologia_sin_censura/

El último año de su vida, sólo pudo escribir ya dos artículos. En el último artículo, que lleva por título ‘Tensión conflictiva en la Iglesia’, sostenía precisamente que “la Religión está en declive creciente, pero ese declive no es una desgracia fatal”. A su juicio, la religión estaba en declive a causa de una doble adulteración en la Iglesia. 

“En la Iglesia se ha producido una adulteración doble. Ante todo, el Evangelio exigió el ‘seguimiento’ de Jesús, que se realiza en el despojo de cuanto se tiene (Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-52). Es decir, no vivir atados a los bienes que nos privan de la libertad, para hacer posible la bondad sin límites. Pero lo que hemos hecho ha sido desplazar el ‘seguimiento’ de Jesús a la ‘espiritualidad’, que es privilegio de selectos.

Y la otra adulteración – la más determinante en la Iglesia – es la que brotó, ya en los primeros discípulos, cuando Jesús les informó de que tenían que despojarse, no sólo ‘de lo que cada cual tenía’ (dinero, propiedades, casa, familia…), sino además y sobre todo, ‘despojarse del yo’ (Eugen Drewermann). Esto explica por qué cuando Jesús informó a los discípulos – por segunda vez - del final que le esperaba (Mc 9, 30-32 par), aquellos fieles hombres se pusieron a discutir ‘cuál de ellos era el primero y el más importante’ (Mc 9, 34-35 par). A lo que Jesús respondió que, en su proyecto, el que quisiera ‘ser el primero’ tenía que ‘hacerse como un chiquillo y ser el último’ (Mc 9, 33-37 par)”.

Por eso y muchas cosas más, fue todo un lujo tenerlo con nosotros y alimentarnos semanalmente de su sabiduría enraizada en la vida diaria, en los signos de los tiempos, en las reformas de Francisco y en la cultura actual.

Un teólogo, un profeta, una partera de la primavera y un articulista consumado, que escribía fácil y divulgativo (de los pocos teólogos capaces de hacer algo así) y que, además, tenía vis periodística, para buscar las perchas de actualidad y ceñirse a ellas. 

Y, sobre todo, un cielo de persona. Expulsado a los márgenes durante muchos años, pudo presumir (aunque no lo hacía) de haber recibido llamadas y cartas del mismísimo Papa. “Te perdí en los ochenta y ahora te vuelvo a encontrar”, le dijo en una ocasión.

Acho En otra ocasión, tuve la oportunidad de estar a su lado, cuando el Papa nos recibió en Santa Marta, y de ser testigo directo de la rehabilitación en toda regla de su persona y de su obra. «Leo con mucho gusto sus libros, que hacen mucho bien a la gente». Con esta frase, Francisco ‘bendijo’ al teólogo español en el Vaticano, donde hacía dos décadas le habían retirado la ‘venia docendi’.

Castillo, emocionado hasta las lágrimas, agradecía el gesto del Papa, mientras le entregaba dos de sus últimas obras: ‘La humanización de Dios’ y ‘La humanidad de Jesús’ (Trotta).

 

Era evidente que Francisco apreciaba mucho a José María Castillo y, de hecho, entró en contacto directo con él en varias ocasiones. Primero le mandó una carta y, después, le hizo una llamada telefónica. Aquel 18 de abril del 2018 se vieron frente a frente, se saludaron efusivamente y el teólogo le dijo: “Santidad, somos dos jesuitas sin papeles”.

El Papa se sonrió y agradeció la ocurrencia. Y, mirándole a los ojos, recibió sus libros y ‘bendijo’ su teología: «Leo con mucho gusto sus libros, que hacen mucho bien a la gente», dijo Francisco a Castillo.

Más tarde, comentando el encuentro con el Papa, José María explicaba: «De la Compañía se sale por arriba, como en el caso del Papa, o por abajo, como en el mío, pero, en ambos casos somos y seremos siempre jesuitas…ahora sin papeles».

Al salir de Santa Marta, en la explanada que da a la parte trasera de la Basílica de San Pedro, Castillo, todavía emocionado, decía: «Tenemos que disfrutar de este Papa, que es una bendición de Dios para su Iglesia y apoyarlo con todo nuestro ser. Porque, al hacerlo, estamos apoyando la Iglesia del Vaticano II y, lo que es más importante, el Reino De Dios».

En este sentido, su último libro ‘Declive de la Religión y futuro del Evangelio’, me parece la decantación de la vida de un sabio siempre fiel al Evangelio. Un libro sobre lo esencial y que busca sólo lo esencial, sin andarse por las ramas. Un libro escrito con una prosa ágil, fácil, casi periodística. Cada capítulo, cada frase es un titular. ¡Con lo que nos gustan los titulares a los periodistas!

De hecho, me pasó con el libro de Castillo lo mismo que suele pasarme con los discursos del Papa: que hay tantos titulares que es difícil quedarse con uno. Aprendí con su obra que la canción de mi infancia de Palito Ortega (tres cosas hay en la vida…salud, dinero y amor) encarna la esencia del Evangelio.

Su última obra me hizo reflexionar, con dolor, sobre tantas energías gastadas en la Iglesia en la lucha contra el pecado, cuando el Evangelio nos invita a luchar contra el sufrimiento.

Disfruté cuando Castillo plantea, desde el Evangelio, cosas tan concretas como la necesidad de una Iglesia con más hospitales o una Iglesia capaz de denunciar la situación actual de la sanidad pública. O una Iglesia con menos catedrales y menos palacios episcopales. Porque eso es cumplir el Evangelio de Jesús.

Me he sonreído al leer en su libro que Castillo pide a la Iglesia que venda o abandone el Vaticano y recordaba que Francisco ha dado el primer paso en esa dirección, saliendo del palacio apostólico para ir a vivir a la residencia de Santa Marta. Con todo el revuelo que se armó, cuando lo hizo. 

Pensé, con pesar y con dolor, en tanta gente (conocida y desconocida) que vivió toda su vida como “cristianos engañados”, a los que convencieron de que la observancia es más importante que el seguimiento de Jesús.

Por otra parte, he visto al Papa Francisco reflejado en la condena que Castillo hace del poder, del ritualismo y de las riquezas, las tres patas del clericalismo. Y en la condena del capitalismo, como acumulación de la riqueza que mata.

Y me ha quedado claro que la principal dificultad para que cuaje la primavera de Francisco es que gran parte de la jerarquía quiere y apuesta por una Iglesia de la Religión y le repele, porque le cuestiona la vida, el estatus y la casta clerical, una Iglesia del Evangelio. 

Ahora entiendo mejor lo difícil que le está resultando a Bergoglio la reforma de la Iglesia y por qué tiene tantas resistencias. Los hombres de la religión, los funcionarios de lo sagrado no quieren cambios, no quieren perder ni un ápice de su poder ni de sus riquezas.

Además, el último libro de Castillo habla de Francisco como del Papa del comienzo del giro eclesial de la religión al evangelio. ¿Cuajará ese giro o los hombres de la religión volverán a imponer el inmovilismo y la involución? 

Por nosotros no va a quedar, maestro. Así lo estamos haciendo y lo seguiremos haciendo. Remando juntos con Francisco, con su primavera y, sobre todo, con el Evangelio de los pobres al que has dedicado toda tu vida. Como bien retrata la viñeta del gran Agustín de la Torre: